jueves, mayo 15, 2014

Manolo García : Un mecenazgo cultural institucional es intromisión y es manipulación.







Manolo García García-Pérez (Barcelona, 1955) fue cantante, compositor y líder (o colíder) de Los Rápidos, Los Burros, El Último de la Fila y, desde el año 1998, artista en solitario. También es pintor. Es difícil afirmar con certeza a cuántos grupos o descendientes artísticos ha influenciado su música, pues El Último de la Fila eran un género en sí mismos y nadie desde entonces se ha atrevido a replicar aquella impúdica mezcla de nueva ola, sonidos mediterráneos, música morisca, pop de sintetizadores, armónicas y potaje condal (que no mestizaje). Suyas son algunas de las mejores canciones de la música popular española moderna, es así de sencillo. Se lo digo yo, que le sigo desde 1985, cuando en 1.º de BUP me grabaron Enemigos de lo ajeno. Tenía yo catorce años. Poco imaginaba cuando tatareaba melancólico sus canciones en aquel patio hostil («Soy un accidente / un error de medida»), que algún día terminaría charlando con él.

Por fortuna, Manolo García es el perfecto opuesto de una rockstar: viste anónimo, habla pausado y se comporta con extrema sencillez, y aún acarrea esa mirada entre triste y dulce de siempre, nada acerada por las giras, el éxito o la adulación. Cuando llega al café de la librería Laie, donde él mismo me citó, se disculpa profusamente por el retraso («Me estresa mucho llegar tarde»), y el sudor que le perla la frente prueba que la afirmación va de veras. Que casi vino al trote. Generoso y humilde, García aún parece estar agradecido al destino por su suerte, por su talento, por haber logrado vivir de esto y ser feliz. He aquí un hombre, me doy cuenta al instante, con el que siempre podrá uno tomar un botellín y hablar de lo que somos y hacemos. Sigue ahora una charla inspiradora, sincera, emocionante, con uno de los grandes compositores que surgieron de los ochenta.

Siempre has sido alguien muy privado en lo que atañe a tu vida personal presente, gesto que te honra, pero me gustaría investigar algo más atrás: tu bagaje familiar, las cosas que escuchabas en casa de niño, todo lo que puede contribuir a formar el universo personal de un artista. ¿Qué se escuchaba en tu hogar? ¿Tus padres eran musicales? ¿Se tocaba, se ponían discos?

Pienso que me ha influido mucho Barcelona, la ciudad. Siempre digo que si mis padres no hubieran venido de un pueblo de Albacete, a vivir y a ganarse la vida aquí, yo hubiera sido diferente. Porque el mundo cultural de allí es otro. Aquel era un mundo rural. La gente de mi quinta que ha crecido allí tiene otro tipo de cultura, es distinta: ni mejor ni peor, distinta. A mí, Barcelona ciudad —no tanto Catalunya— me ha influido un montón, porque en la adolescencia hay marcas que son indelebles. En la niñez también las hay. El primer pasado, más de infancia pura y dura, es bastante rural, porque yo he pasado muchas temporadas con mis abuelos, veranos en el pueblo… Antes los veranos eran más largos, el colegio no se empezaba en septiembre sino en octubre; era un mes más. Eso es una primera marca de pueblo, de aldea, de lugar con huertos…

De pausa, también…

De pausa, de calma; pueblos bastante depauperados, bastante anclados en el tiempo, pero que son fascinantes para la mirada de un niño, que tiene además la posibilidad de comparar con la vida urbana, la vida de un barrio de Barcelona. Y esa primera marca para mí ha sido muy importante, ya digo: la pequeña huerta de mis abuelos, el paisaje donde mis abuelos y mis padres se ganaban el pan muy duramente. Cuando pasábamos por allí yo les preguntaba «¿Cómo podíais subir ahí?», y subían con animales de carga, con burros, a coger leña, que era el combustible para todo, y también cogían esparto, eran tierras de secano, muy duras. Todo eso te deja la constatación de que eso estaba ahí hace tres segundos en el tiempo, hace una fracción de tiempo muy corta… Lo siguiente ya es la adolescencia urbana en la ciudad de Barcelona, con una enorme apertura. Hay hitos, hay fites (como se dice en catalán), hay mojones: mi primer Canet Rock, mi primer Zeleste, en la calle Platería, la música laietana, el Sisa, el Pau Riba, el Oriol Tramvia, de los años setenta. El primer sexo, drogas y rocanrol de un adolescente, ¿no? Ese punto de descubrimiento cuando tú eres un chaval de barrio, hijo de obreros, de una familia humilde. La música prácticamente no existía en mi casa: había una radio de esas monofónicas, digamos, de un solo altavoz, donde escuchaba mi madre las novelas, los seriales… El primer tocadiscos llega a mi casa cuando yo tengo ya dieciséis años, y ahí sí que llega ya un mundo de música. Yo alterno estilos, ese punto de copla española, de canción, de flamenco, pues vivía en barrios donde ese era el paisanaje.

¿Tu barrio de adolescencia cuál era, concretamente? ¿Poblenou?

Sí, Poblenou. Nací en Poblenou, y allí todos éramos murcianos, andaluces… «Los otros catalanes», como decía Francisco Candel, los catalanes de aluvión. Y la música que te llegaba de la gente cercana a ti era música del sur: copla española, flamenco, Antonio Molina… Y a la vez ya empezabas a oír, gracias a gente del barrio que tenía equipos de música, a James Brown, música americana…

Rumba, quizá también.

Rumba sí, pero era más copla española. En mi barrio había rumba, pero era una rumba más racial, no tanto rumba catalana.

Te lo preguntaba porque en la Barcelona de los sesenta y setenta había mucha rumba catalana por todas partes, se debía escuchar por todos lados.

Sí, pero en otros barrios. Yo el primer recuerdo preciso que tengo de rumba es ya de Gato Pérez. Para mí Gato Pérez era la rumba, con todo el respeto a Peret y a los demás, que han aportado muchísimo a la rumba catalana y a la rumba que se hacía aquí, pero Gato Pérez tenía sus textos, la manera suya de escribir, su desparpajo, su humor, ese cinismo blanco, bien entendido…

¿Qué primeros discos recuerdas que entraran en tu tocadiscos? ¿Eran progresivos o nueva ola?

Progresivos, totalmente. Lo primero que me impacta, que me da la bofetada, es Led Zeppelin y lo siguiente King Crimson, que me engancha hasta hoy. Todo esto unido a lo que se empezó a llamar música española, con todas las letras, bandas de los setenta como Los Módulos, que los ponían y te decías «hostias, estos son como los guiris, pero cantan en castellano». Los Brincos, antes, ya habían dejado una huella curiosa, «estos tíos hacen algo que tiene un aire de aquí». Y luego la siguiente hornada de cosas que me interesan de aquí, catalán, digamos, es ya la música progresiva, en la que empiezan a hacerse cosas: aparece Iceberg… Y a la vez, me engancho y desengancho en muy pocos meses. Digo: «No, esto es un coñazo. Yo quiero temas». Me acuerdo de un concierto allí en la Alianza del Poblenou, no diré nombres de grupos para no herir sensibilidades, en el que dije «hostia, me voy a borrar de este rollo, son un poco pesados». Es puro virtuosismo, demostrar que tocas muy bien, que pasas muchas horas haciendo los dedos en tu casa, pero estas canciones no me dicen nada, y ya me desengancho inmediatamente, y paso a la siguiente hornada…

Porque aquello no era nada pop, nada cancionero, y tú debías de venir de buscar la canción…

Exactamente, y eso me lo da rápidamente la nueva hornada, llega la bofetada con los punks, llegan los Clash, los Police, y ahí ya tengo veinte años. Y me digo: esto sí que me interesa, a los Clash me apunto, y me apunto también hasta hoy: son vigentes actualmente, en toda su discografía. Esa es un poco mi singladura musical y urbana, y ya te digo, habiendo nacido aquí, lo que yo puedo llegar a ser hoy como músico, como pintor, como creador, se lo tengo que agradecer a la ciudad de Barcelona. Si hubiese sido de Madrid o de Albacete, hubiese sido otro. Evidentemente es una obviedad, una tontería, lo que estoy diciendo; pero para mí ha sido importante constatarlo siempre.

Tiene sentido. El Último de la Fila es un grupo que no se puede comparar con nada, ni de fuera ni de aquí, pero todas las cosas que has mencionado —incluso King Crimson—, si las juntas, encajan de algún modo extraño.

Sí, es una amalgama.

Yo tiro más hacia la nueva ola y el punk desde que era pequeño, y me gustaría, si te atreves, que profundizaras más en discos de la época, discos que te emocionaran por la melodía, por la canción. Mencionabas a Police y Clash… ¿Y quizás también cosas de aquí, o de la Movida madrileña?

De Police, como a todo el mundo, me impresionó el primer disco, como los de… ¿cómo se llama? Hoy ponían en la radio una canción de ella.

¿Blondie?

Blondie no, Blondie me cae simpática, pero en mi opinión no tiene una singladura musical de peso; tiene temas. No: The Pretenders, eso. The Pretenders tienen un primer disco que parte la pana, que dices «joder, qué discazo». Y de aquí, en música nacional, me ha gustado mucho todo, yo he sido un hombre muy abiertos en mis apetencias, no he hecho muchos ascos. A mí me empezaron a gustar muchos grupos por el hecho de cantar en castellano, o en catalán, me gusta la gente que canta en su lengua, como Ruper Ordorika, y no entiendo ni una palabra de euskera, pero sus discos me gustan. Igual que me gusta también mucha música en inglés, aunque no entiendo apenas el discurso. Con la música de aquí, del Estado y de Catalunya, me gustan canciones. Yo siempre he buscado gente que hiciera canciones. Como Sisa. Sisa ha sido un cronista surrealista, se llama galáctico, para mí es intergaláctico, surrealista. Y todo eso a mí me ha dado puntos de apoyo.

¿Ha habido algún momento en que te debatieses entre disciplinas? Yo tengo discos en los que las portadas son tuyas, por ejemplo. Antes incluso de tener discos de El Último de la Fila, tenía, sin saberlo, discos cuyas cubiertas eran tuyas, de Telegrama, Brighton 64… Y me preguntaba si había algún momento en el que hubieras dudado sobre qué camino artístico tomar.

No, nunca he dudado. Siempre he sabido que haría las dos cosas. La música evidentemente tiene una parte más inmediata, el aplauso está ahí, haces un acorde y el público, si le gusta, te va a aplaudir.

Es el arte perfecto.

Sí, el arte perfecto, ahí está. La gratificación es inmediata, si lo haces y no les gusta, pulgar para abajo, «buuu, fuera», como en el circo [sonríe]. La pintura, el diseño, es algo más introspectivo, de puertas adentro, mas solitario, que a mí también me ha servido para cargar pilas, para descansar… Ha sido un poco mi reposo: por un lado tengo un carácter muy extrovertido y en un escenario me las pinto solo, estoy en mi hábitat natural, en mi salsa, pero a la vez hay una descarga, te quedas un poco exánime, hay un vampirismo: tú chupas una energía de la gente, pero a la vez la gente también te deja sin fuerzas. Cuanta más cantidad de público, cuantos más centenares o millares de personas, más notas el cansancio; físicamente, también psíquicamente, pero el primer impacto es físico: entras al camerino después de un concierto ante veinte mil personas y has adelgazado, estás más flaco, es algo físico, te pones delante del espejo y han de pasar unas horas hasta que recuperas tu yo normal, tu yo de hace doce horas. Es curioso, yo eso lo puedo constatar. La pintura es otro mundo, de libertad absoluta. En la música hay una cierta atadura: debes respetar al público, no puedes ser un cafre, un anarcoide, tú no puedes hacer lo que te salga de los cojones, porque hay unas normas. Si el concierto es a las once, puedo salir a las once y diez, pero no a las tres. Y el concierto, aunque a ti te apetezca, no puede durar cinco horas, tiene que durar una hora y media, porque si no van a acabar hasta los huevos de ti. Hay unas normas.

También en cuanto a la disciplina de la canción, ¿no? La canción tiene que durar dos minutos, tres… Pero no puedes hacer canciones de quince minutos como en el progresivo.

Bueno, en la parte musical es donde te reservas tu cuota de libertad, pero también con unas medidas razonables.

Ya, entiendo lo que quieres decir, que en el fondo es show business y tienes que dar espectáculo.

Exacto. La pintura no. La pintura es un territorio inexistente: no existe, pero tú lo habitas. Es una situación estrambótica, esa necesidad de abrir un papel, levantar un caballete, poner una tela y pintar formas, colores, sombras… Es un viaje, un viaje gratuito, completamente libertario, es la panacea de lo libertario, de la anarquía, de algo tan bonito como sería no soy nadie, lo soy todo, no soy nada, lo soy todo, no tengo tiempo, todo el tiempo es mío… Es algo muy, muy extenso, es infinito. Eso es necesario; para mí lo es.



Hablabas de lo que provoca subir a un escenario. ¿Cuándo subiste por primera vez a uno? Yo he oído hablar de los grupos con los que te ganabas el pan cuando eras pequeño, como Materia Gris, que erais más de verbenas, bautizos y comuniones, supongo. ¿Recuerdas tú cuándo te subiste, cómo te sentiste, si tuviste tembleque de piernas…?

Me acuerdo perfectamente. Yo he tenido siempre mucha seguridad en mí mismo. Puedo estamparme contra una pared, pero me estampo a conciencia, no tengo dudas, soy una persona muy vehemente. En ese sentido recuerdo, en estos grupos de barrio que teníamos, todos con quince años, yo era el que miraba dónde había concursos de grupos…

Batallas de bandas, que se llamaban.

Sí. Yo era el que averiguaba dónde y cuándo tenían lugar e intentaba convencer a mis compañeros, que eran todos un poco más acojonados que yo, o un poco menos valientes, y ellos me decían «cómo vamos a ir, estamos muy verdes», y yo les contestaba «qué coño verdes, somos de puta madre, hay que foguearse, si quedamos mal no pasa nada, ya volveremos y quedaremos mejor»… Yo era el que instaba a la banda. En esa dirección, mi primer concierto fue con trece años, tocábamos tres canciones por grupo, en una sala del barrio de Verdun, no recuerdo el nombre de la discoteca, era en una matinal. Tocamos «All right now» de Free, «Who will stop the rain» de Creedence y un tema nuestro.

¿La hicisteis en inglés, la de Creedence, o la tradujisteis?

Lo que llamábamos «en vikingo». Era un guachi guachi penoso y vil. Pero como todos éramos chavales de barrio nadie nos entendía.

No había ningún políglota entre el público…

Qué va, lanzabas al vuelo tu papilla y venga. ¡Wuachismai frei! [imita el inglés]. Pero daba igual, lo importante era que el bajo hiciera el du-du-du-dum [simula tocar un bajo]. Yo tengo fotos de aquel concierto y me veo muy seguro de mí mismo, con trece años, muy delgadito, muy bajito y muy chulo yo, «qué pasa aquí, aquí estoy yo, con mis cojones». Ese es el primer recuerdo que tengo, porque otro muy anterior, con seis años, me lo han contado, tengo alguna nube, tengo alguna nebulosa, pero no lo recuerdo; el otro sí lo recuerdo. Ese y el siguiente. Era otro concurso de grupos, había unas matinales en el Salón Price. Bueno, también había sesión de mañana, sesión de tarde… Lone Star tocaban ese día, con Pedro Gené, «Mi calle»,[la canta]«Mi calle tiene un oscuro bar…», y nosotros éramos uno de los grupos a concurso, previos a la estrella.

¿Cómo os llamabais entonces?

Ni me acuerdo. Recuerdo que el batería se echó atrás: «Hostia, tío, hay mucha gente, estamos muy verdes». Salón Price. Ya ni existe. Le entró al pobre el pánico escénico. Era un excelente batería; de hecho, de los cuatro que éramos, era el que tocaba mejor, con distancia; mejor que el guitarrista, que el bajista y que yo, como cantante. Pero en el momento de salir al escenario se echó para atrás, «Yo no puedo, me da vergüenza, nos van a echar fuera», y yo, cabeza loca, les decía a mis compañeros: «Yo toco la batería, si hace falta. Pero estamos aquí y vamos a salir». Bajista, guitarra y yo, tocando la batería. Yo luego he sido batería, pero entonces estaba en mis primeros momentos de aprendizaje y lo hice fatal. Tan fatal lo hice que empezaron a abuchearnos y nos echaron del escenario. Echaron a mis compañeros, pero yo no me fui de allí. Al contrario, hice un solo. Horrible. Recuerdo perfectamente el momento. Yo dije que una mierda, que yo no me iba, que a mí no me echaban. Empezaron a tirarnos vasos de papel, yo no me iba ni p’atrás, y recuerdo a Pedro Gené mirando desde un lateral del escenario con cara de pasmo, diciendo «este chaval está loco», y yo aporreando la batería. Y cuando me cansé, dije «ahora he acabado y ahora me voy porque a mí me sale de los cojones irme, que os den por culo», tiré la batería abajo de una patada y me largué. Ese es mi segundo recuerdo de un concierto, tal cual te lo he contado.

Supongo que esto os debía pasar mucho, según ibais aprendiendo, a tus grupos posteriores, como por ejemplo Materia Gris. Porque en aquella época tocabais en pueblos, para fiestas patronales, con los peligros que ello conlleva. Y hacíais de todo, ¿no? Canción melódica, versiones… Lo que la gente pidiera.

De todo. Por ejemplo, Materia Gris ya éramos un grupo muy bueno, yo era con mucho el peor, todos eran un poquito mayores que yo, todos tenían su dignidad, su orgullo, tocaban bien, cada uno en su instrumento. Y cantábamos todos, no era yo el cantante, era un grupo tipo Eagles: todo el mundo cantaba, yo en algunos temas hacía percusión y cantaba. Ese grupo ya era otra cosa.

Más serio, ¿no?

Sí, era serio. Tocábamos bien, se nos contrataba, dimos muchos conciertos, siempre estábamos en Cervera, Borges Blanques, en Lleida muchísimo; en Igualada, que íbamos una vez al mes al Salón Kyoto, no olvidaré nunca aquellas escaleras por donde teníamos que subir el equipo [risas]. Había unas escaleras muy cabronas y, como yo era el más nuevo, era el que más cacharros subía. Ya éramos un grupo digno, con nuestras ínfulas también, hacíamos melódico, hacíamos baladas, pero a la que podíamos hacíamos Santana, Deep Purple, Beatles, Creedence… En cuanto la gente se despistaba un poquito y ya estaba un poquito puesta, y la noche avanzaba: repertorio rockero. Empezábamos con boleros, alguna tontería, y cuando la gente mayor empezaba a irse: repertorio rockero.

¿Y tenías alguna canción tuya en aquella época?

Mía no, del grupo. Mi participación en el grupo era como cantante, y yo hacía melodías: los guitarras hacían una rueda, lo típico que se hace, alguien que toca la guitarra empieza a hacer una rueda de acordes y el cantante, si tiene aptitudes (que yo las tenía), improvisa una melodía, en vikingo [vuelve a cantar en el idioma imposible] «rua rua wei…», y luego ya se trabaja una letra. Eran mis devaneos, con diecinueve, pero como parte del grupo. Yo empecé a componer solo a la vuelta de la mili; me dije «si no consigo hacer un grupo pronto», pues ya lo estaba intentando, «voy a empezar a componer y voy a empezar a tocar mis temas yo solo». Pero en seguida formamos Los Rápidos y ya vi que el equipo funcionaba, que no hacía falta que siguiese solo. El bajista componía bien, el guitarrista también, el teclista también, yo también, y ya nos juntábamos los cuatro y hacíamos los temas juntos, en piña. Porque ya había un nivel tocando, creativo, de experiencias.

Es curioso cómo el servicio militar marcó a todos los grupos del país. Y es un fenómeno extraño, puramente autóctono y de una época desaparecida. Aquí llegaba un momento en que desaparecían músicos, había sustituciones, la gente volvía con el cabello más corto… Por fortuna, tú en aquella época no estabas aún en Los Rápidos, estabas al final de Materia Gris…

Bueno, Materia Gris estaba disuelta por la mili, en efecto, y también las novias y los trabajos dividieron la cosa; lamentablemente, porque yo creo que era un grupo con posibilidades. De hecho a veces aún nos reunimos para comer o cenar, lo típico. Por desgracia, el bajista murió; todos los demás estamos bien, cumpliendo años. Cuando nos reunimos lo hablamos, éramos un grupo con posibilidades, y ellos me dicen «a ti te ha ido bien, pero tú seguiste, nosotros no seguimos, paramos. Tú no paraste nunca, lo tenías muy claro», yo lo tenía muy claro: yo iba a ser músico. Para mil, para cien mil, para cincuenta o en el metro, me daba igual; pero yo iba a tocar, lo tenía clarísimo. E iba a pintar, no me lo podía impedir nadie. Esa seguridad la he tenido siempre.

Tú debías tener la visión, ¿no? Que es lo que mucha gente no tiene.

Yo quería ser músico y quería pintar, y es lo que hago: soy músico y pinto, y sigo queriendo lo mismo. Me sigue entusiasmando la música, la pintura. Ahora hago más exposiciones que nunca, tengo una en mayo en Bilbao, he acabado una hace poco en Asturias, otra que he hecho aquí en Barcelona, ahora tengo una obra en la galería Senda, ahora voy y toco con Love of Lesbian, estoy acabando mi disco… Más que nunca me gustan la pintura y la música.

Yo hice el proceso a la inversa que mucha gente que, por edad, siguió tus pasos en orden cronológico. Al ser del 71, primero escuché El Último de la Fila y luego fui hacia atrás: Los Burros y los Rápidos. Y cuando llegué a Los Rápidos me sorprendió, porque era el grupo más convencional de los que habías tenido: la mayoría de canciones eran más stonianas, más rock and roll clásico, llevaban piano boogie… Me gustaría preguntarte qué recuerdas de aquello, porque hay un momento de Los Rápidos en que se nota que te metes tú, que es en «Ruta del Sur»…

Sí.

Y allí se ve el germen de todo lo que harías, creo yo.

Sí, es curioso que hagas este análisis y que te hayas tomado la molestia de investigarlo. Te voy a contar una anécdota que te va a gustar. Por ejemplo: yo intentaba hacer bandas, yo tenía esta experiencia de grupos que ya hemos comentado y estaba fogueado de escenarios, durante diez años toqué versiones y a los diez años dije: bien, siempre seré un batería mediocre, dejo la batería, pero voy a componer canciones. Tengo que empezar a desarrollar mi discurso como compositor de música, es el momento de empezar, sé que al principio voy a balbucear, pero llegará un momento en que tendré un discurso más sólido, como es ley de vida. Si no eres un zoquete [risas]. Es así, ¿no? Como batería cumplo, pero nunca seré una cosa del otro mundo, cuelgo la batería. Seré cantante y compondré mis trabajos. Voy a hacer un grupo, venga, pongo anuncios. En aquella época no había internet, en aquella época eran tiendas de música de Barcelona, cerca de las Ramblas y otra que había cerca de Correos, abajo, y tenían unas vitrinas donde exponían anuncios: «Bajista de rock busca grupo. Gustos: Def Leppard». Y un día vi un anuncio: «Teclista uruguayo busca cantante para formar banda», y aquello me llamó la atención, me pareció exótico: «¡Uruguayo! ¡Cómo mola!». Aún no tenían a Mújica, pero ya me gustó Uruguay [risas]. Y le llamé, quedamos para vernos en su casa; él tenía alquilado un apartamento, tenía un piano Fender muy bonito… y saltó la chispa. Él era muy de Stones y muy de Beatles; ellos tenían un grupo, Los Mockers, que eran muy importantes en Uruguay.

¡Los Mockers! ¡Yo tengo discos de ellos!

Sí. Era Esteban Martín Hirschfield, hijo de judíos alemanes emigrados a Sudamérica en la Segunda Guerra Mundial, huyendo de la gran debacle que provocó este señor enfermo en Europa, y por causas políticas, también hubo una dictadura militar en Uruguay, como sabemos, y él apareció aquí. Y él tenía que hacer música. Resulta que me encuentro con un tío que en Uruguay era famoso. Me enseñó recortes. Pero a mí eso me daba igual, yo ya había decidido que me gustaba como tocaba, pensé «este va a ser mi hombre, este y yo vamos a hacer cosas». Empezamos a reclutar gente, reclutamos a José Luis Pérez, que ya venía de un grupo que se llamaba Abedul. Habían sacado un disco ya. «Hostia, un tío con disco», tocaba de puta madre, y tenían un disco, que era importante. Lluís y José Luis, un tío alto, fuerte, cachondo. Ha tocado mucho tiempo con Sau, al dejar El Último de la Fila, y ahora está con Pep Sala. Bueno, ya teníamos el grupo. Un día apareció Esteban, íbamos a ensayar a un local, y dijo «he visto un tío tocando la guitarra, me ha encantado», «¿Quién?, ¿dónde?», y él dijo «baja al metro», le dije yo «necesitamos un bajista», y él «baja y algo haremos con él». Era Antonio Fidel. Le dijimos «necesitamos un bajista» y él «bueno, yo hago lo que sea». De puta madre. Y ahí sí que dije «este es el grupo, voy a empezar a moverlo». Los Rápidos. Eso fue porque, en el momento en que yo empecé a moverme, en cuatro meses teníamos un repertorio, un contrato discográfico con EMI, estábamos grabando un disco y habíamos hecho cuatro bolos: en Magic, para treinta personas…



¿En qué año fue esto?

En 1980. Pero yo me llevé a José Antonio de la Loma junior, que murió, lamentablemente, y era el A&R de la compañía. No sé cómo llegué a él, buscándome la vida, le dije «ven a vernos». Vino, nos vio la actitud que teníamos en el escenario e hicimos el disco, ese es el disco de Los Rápidos. Y la parte stoniana, los Beatles…

El piano…

Ese es Esteban Martín, es él. Y la parte Police, y la parte más punki…

Eres tú…

Yo, José Luis y Antonio. Antonio, que ahora está con Quimi, ha sido un puntal muy importante en el sonido de El Último de la Fila, su forma de tocar el bajo. Y esa parte más rockera, un poco más gamberra, éramos Antonio, José Luis y yo. Esteban era más Beatles, más clásico. Era un poco mayor que nosotros.

Esa es la dicotomía del disco, ¿no? Que es muy tradicional y de golpe hay un par de canciones que son el futuro, totalmente.

Esos éramos nosotros tres, éramos la disidencia. En esa pugna le ganamos, porque él era mayor pero nosotros éramos tres. No había una pugna real, éramos buena gente, no había pugnas de egos, de… No, nos llevábamos muy bien, y Esteban era un tipo muy inteligente, nos llevaba cuatro o cinco años y vio muy rápidamente que nosotros íbamos a ganar, que teníamos más fuerza que él. Entonces, de una manera muy digna, se retiró. Dijo que dejaba el grupo y se fue a Madrid. Llegó a Madrid y trabajó con Nacha Pop, fue el teclista de Nacha Pop en directo durante bastante tiempo, luego con Gabinete Caligari, y aún creo que sigue con Urrutia, todavía, haciendo cosas juntos. Y ahí, el triunvirato de Antonio, José Luis y yo, ya era el sonido. De hecho, el segundo disco, el que iba a ser el segundo disco de Los Rápidos y nunca fue en realidad (hay maquetas, pero no están publicadas), iba a ser más rockero, más Clash, eran las bandas que nos gustaban. Me acuerdo el día que trajo José Luis el disco de The Police al local: «Tío, hay un disco de unos ingleses, hostia, de puta madre», «Hostia, cómo mola». Él era muy Police, José Luis.

Me gustaría que me contaras cómo fue tu encuentro con Quimi Portet cuando acabaron Los Rápidos. Porque Quimi estaba en Kul de Mandril, a los que nunca he escuchado, por cierto; no sé a qué sonaban.

Tienes que escucharlos. Kul de Mandril eran Quimi, eran puro Quimi…

¿Encajasteis rápidamente? ¿Hubo química?

Fue en un concierto de Los Rápidos en Els Hostalets de Balenyà, en la Plana de Vic. Era uno de estos festivales que se hacen por amor, donde, si éramos cinco grupos, los familiares, amigos y componentes del grupo eran más numerosos que el público: había cincuenta y nosotros éramos ciento cincuenta.

Todos eran consanguíneos, ¿no? Eran todos familia.

Ese era el festival. Y tocamos, creo que con Eléctrica Dharma, Los Rápidos, Kul de Mandril… Nosotros, desde la plataforma del camión donde nos cambiábamos de ropa y nos preparábamos, escuchamos a Kul de Mandril, y Antonio y yo, los dos, dijimos: «Este tío… mola».

¿Qué pinta llevaba Quimi en aquella época?

Él era un friki. Recuerdo que yo en aquella época rompía televisores, llevaba un hacha, sacaba maniquís… Hacía unas performances disparatadas mientras la banda hacía solos. Yo me tiraba por el suelo, me tiraba cervezas, harina… Llevaba esa onda y me gustaba. Y en ese concierto veo a Quimi, con la guitarra colgada, al micro. Kul de Mandril eran un trío: guitarra, batería y bajo. Una mesa con un montón de platos y un martillo. Y yo veía que Quimi iba tocando, cantaba, de vez en cuando dejaba de cantar, cogía un plato y el martillo, rompía el plato y seguía adelante. Muy interesante. Dije «esto me interesa». Y al acabar la performance de esa canción tenían otra que decía «A vela, a vela, a vela, a remo, a remo, a remo, nos vemos en el suelo», paranoias del Quimi, ese era su humor. Y esa otra que se llamaba «Jamón de mono», que luego hicimos Los Burros: «Mamá, comida o pierdo la vida / El mono en su palmera…», esos son temas de Quimi, era su tipo de humor. Y Antonio y yo nos miramos y dijimos «a este señor hay que ficharlo». Y al acabar fuimos a verle, fuimos al bar, ellos pidieron sus cervezas, yo me pedí un café con leche (siempre he sido un tío bastante abstemio y eso a él se le quedó: «Manolo siempre pedía café con leche»). Y le dijimos «Vente con nosotros, ya tenemos un disco».

¿Le entrasteis así?

Sí, «nosotros ya tenemos un disco, tú no tienes ningún disco. Vente con nosotros. Necesitamos un guitarra. Está José Luis, que es la hostia, y contigo ya vamos a ser la polla. Tienes que venirte». Él contestó: «No, yo ya tengo mi grupo». Él en su grupo era el que dirigía, era un líder clarísimo, era el que componía, hacía las melodías, cantaba… La semana siguiente tocaron en el bar Boira, en la calle Amigó, allí tocábamos en unas noches de rock and roll que eran la polla. Y voy al concierto de Kul de Mandril de nuevo, con mi cerveza o mi coca-cola, no me acuerdo. Ya su cartel me gustó: era un mono con una escafandra. Bien, bien, esa es la onda. «Quimi, te acuerdas que hace una semana…», «Ah, Manolo, los Rápidos», y le digo «Quimi, tienes que venirte», yo insistí. Él: «No puedo. Además, creo que me voy a ir a Londres a hacer un grupo, estoy dudando». «Tú te lo pierdes. Los Rápidos van a molar». A la semana me llamó: «Oye, que no me voy a Londres, que me voy con vosotros». Apareció en mi casa con una maleta, porque él vivía en Vic: «Me quedo a vivir en Barcelona». Y ahí empezó todo.

¿Y os cambiasteis el nombre?

No, Los Rápidos aún hicimos alguna cosa, pero pocos meses. Luego ya… El trabajo costaba, ganarse la vida costaba, entonces Antonio volvió a Cartagena, José Luis a Madrid, dijo «aquí nos morimos de hambre», porque él entonces era taxista. Y nos quedamos Quimi y yo solos. Y seguimos. Dijimos «P’alante, tío, solos, pero p’alante». Y seguimos un tiempo, pero no pasaba nada. A mí me llamó luego Jaime Stinus, de San Sebastián: «Oye, que la Orquesta Mondragón ya no existe, yo voy a hacer una banda y quiero un cantante, vente». Fui a San Sebastián, lo probamos, pero no cuajó la cosa. Me volví. «Quimi, ¿qué hacéis?», y él «Antonio y yo estamos a ratos tocando, necesitamos un cantante». «Hombre, soy vuestro cantante, por amor de Dios, venga». Y ahí ya, Los Burros.

¿Te acuerdas de qué bagaje en cuanto a discos arrastraba Quimi? ¿Teníais los mismos gustos?

Sí, era caña, caña, caña.

¿Él era nuevaolero también?

Sí, nuevaolero, caña, canciones, melodía, caña, caña, caña y humor ácido.

¿Recuerdas algo en concreto de lo que fuera fan él? ¿Trajo algo nuevo al grupo?

Pues fíjate que no tengo ese recuerdo. Me acuerdo de que coincidíamos en que nos gustaban los Clash, grupos contundentes y sin concesiones a la galería, con un sonido concreto. Él ya tenía su sonido, Quimi a mí me gustó, yo vi potencial en él. Yo pensé rápidamente: el potencial suyo unido al potencial mío (con perdón, pero lo tengo, lo he tenido siempre, ya de crío, las ganas, la actitud), pensé «vamos a funcionar, algo vamos a conseguir». Yo lo vi clarísimo, esa suma. Y ahí yo nunca pensé «hostia, que me quitan», yo de hecho le cedí parte de mi protagonismo, se lo permití, me puedo poner la medalla de algo que no se hace mucho en el rock: si yo soy el compositor, el que tiene un disco, y tiene canciones para el resto del grupo, que llegues tú y te traigas canciones tuyas… Eres el nuevo, te lo tienes que ganar. Pero yo de una manera muy limpia, he de decir, y sin ningún tipo de vergüenza, cuando Quimi trajo «Huesos» le dije «Quimi, es genial». Nunca pensé «hostia, voy a frenarlo un poco porque esta canción es buenísima, es mejor que la mía». No, yo siempre he sido muy franco; dije «esto es muy potente».

Sabiamente, como ha demostrado el tiempo.

Claro. Esto es una suma de fuerza para la banda. Este tema es cojonudo. Es tuyo, pero mola. Hombre, yo tengo mi criterio. Si el tema que me trae Quimi es una castaña le diré: «Vaya mierda, perdona, pero esto no entra en este grupo porque esto es una castaña» [risas]. ¿«Huesos»? Perfecto. ¿«Mi novia se llama Ramón»? De puta madre. Él trajo «Huesos», «Mi novia se llama Ramón», «No me acostumbro», «Dios de la lluvia»… y una más que no recuerdo cuál es.



¿«No me acostumbro» ya estaba allí desde el principio?

No, eso fue posterior. La primera que él trajo fue «Huesos». Dije «hostia, tío, esto es la polla, esto está muy bien». Luego también le dije «Bueno, si tú traes un tema, yo lo acepto, pero yo también compongo contigo, componemos juntos. Soy un compositor, yo hago músicas, hago letras, hago melodías… tenemos que ir a medias». Y ese pacto entre caballeros funcionó engrasadísimo: 50%-50% todo, como buenos hermanos, durante diecisiete años, la maquinaria funcionó imbatible.

Y además de esto teníais una relación de amistad también.

De amistad, salíamos de copas, éramos muy amigos.

Hay grupos que funcionan muy bien en la composición pero luego no son tan amigos.

No, no, éramos dos gamberros en equipo. Salíamos por ahí de fiesta juntos, siempre estábamos juntos, lo típico. Los primeros siete años. Cuando ya llevas siete años un día, otro día…

Cambia la vida de cada uno…

Exacto. Pero fuimos amigos durante muchísimo tiempo y yo siempre le he tenido una enorme admiración como músico, como compositor, como profesional… Y le he tenido muchísimo respeto. Y para mí es uno de los puntales de la música en catalán, junto con Adriá Puntí, me gusta mucho Ivette Nadal, también. Roger Mas cuando no dice nada sobre cambio climático… Una frase que no me gusta suya es «los profetas del cambio climático». Me gusta Mas si le perdono esa frase, porque yo soy ecologista convencido. Quimi es uno de los puntales de las hornadas últimas. De lo anterior, para mí Gato Pérez, Pau Riba y Sisa eran cojonudos.

¿Qué pasó con Los Burros? Porque si uno se detiene a pensarlo, su perfil no es tan diferente de El Último de la Fila. Ahora que tienes la perspectiva de los años, ¿por qué uno consiguió tanto éxito y el otro no fue tan reconocido? Uno escucha canciones como «Rosa de los vientos», o «Disneylandia» y cualitativamente podrían estar en los primeros discos de El Último de la Fila.

Sí, porque esa es la parte mía: «Rosa de los vientos» o «Disneylandia»… esa es mi parte. La parte de Quimi es, pues eso, «el mono en su palmera se despierta, encuentra a su mamá en el suelo muerta», «No puedo más»… La parte más cafre y más punki, más kafkiana. Yo soy surrealista, pero él en ese sentido entonces me ganaba, ahora creo que estamos empatados, pero entonces me ganaba. Yo era un poco más… No sé cómo decirlo, más soñador, tenía otro universo, otro mundo. Y Los Burros… En esa época estaba por ejemplo Siniestro Total, que encararon su proa hacia Madrid y ese fue su acierto; y en cuanto a sentido del humor, en cuanto a discurso disparatado, podíamos ser grupos paralelos. En los conciertos éramos completamente cafres. Salíamos travestidos los dos, a lo New York Dolls. Se quedaban en mantillas a nuestro lado porque éramos unos cafres de cojones.

¡Las Burras, claro!

Las Burras, sí señor. Jaime Gonzalo se entusiasmaba con Las Burras. Éramos su grupo preferido. No Los Burros, Las Burras. Cada vez que tocábamos Las Burras lo hacíamos para Jaime Gonzalo y Ruta 66.

Yo recuerdo que tocasteis en una fiesta para Ruta 66 cuando yo tenía solo quince años y me quedé en la puerta, no había entradas. Fue en el KGB.

Pedazo de concierto.

Me lo perdí. Me rompió el corazón.

Ahí estuvimos, en peluquería y maquillaje, horas. Todas nuestras amigas y novias estuvieron maquillándonos, depilándonos, pelucas, protuberancias de todo tipo, medias de malla, bragas de fantasía… Fue un disparate, pero bueno, Jaime Gonzalo estaba extasiado con la banda. Ahí estaba el humor, el cafrerío.

¿Cómo los recuerdas a Los Burros? ¿Con orgullo, aparte de la diversión? ¿Escuchas un disco y dices «hostia, esto estaba muy bien»?

Con orgullo, sí. Me encanta, me encanta. Éramos muy voluntariosos, con muy pocos recursos íbamos a los estudios, nos camelábamos a los técnicos, hacíamos lo que podíamos con técnicos amiguetes, técnicos bastante como nosotros, primerizos, digamos, en las lides de la grabación sonora. Hacíamos cosas que eran muy dignas. Y luego yo hacía las portadas, ¡era feliz! Componía con Quimi, tocábamos en directo, yo hacía las portadas, los carteles, el diseño… Era todo mi mundo, completo. Tengo un recuerdo magnífico.

¿Cómo terminó? Me gustaría que me lo contaras desde tu óptica, cómo Los Burros se transforman en El último de la Fila, y hasta qué punto ha sido magnificada esa evolución. Parece una cosa consciente, lo de volverse más mediterráneos, más flamencos. ¿Fue eso una cosa natural o algo más pensado?

Es la suma de los gustos y las influencias de dos personas muy diferentes, pero trabajando y haciendo un equipo absoluto. Trabajábamos solos con una caja de ritmos, una grabadora, pues en aquellos tiempos no había ordenadores. Yo compré un magnetofón de cuatro pistas y allí regrabábamos, repisteábamos, volvíamos a pasar la pista, hacíamos virguerías con un pequeño teclado, caja de ritmos, Quimi a las guitarras, a veces hacíamos los bajos con el teclado, yo cantaba, yo también tocaba un poco la armónica… Entre los dos lo hacíamos todo. Y entonces de esas horas, esos meses (fueron casi dos o tres años solos, trabajando sin parar), nació una fusión. A mí, por ejemplo, me gustaba Triana; a él no le interesaba nada todo eso. A él le gustaba, no sé, Tangerine Dream, me lo invento, y él eso lo aportaba al grupo, y a mí no me molestaba, y a él no le molestaba tampoco que yo empezase a cantar un poco aflamencado. Él me dejaba desarrollar mis mecanismos y yo le dejaba desarrollar los suyos, no había cortapisas, yo no le imponía nada, porque nunca hemos sido personas de imponer, ni él ni yo.



Es esa mezcla la que hace que El Último de la Fila no se parecieran a nadie. No hay un solo grupo que se parezca a El Último de la Fila, tanto entonces como hoy. Era un grupo completamente aislado, un grupo que era un género en sí mismo.

Sí. Por eso yo digo que hay que sumar mi crecimiento aquí, como adolescente en Barcelona, su humor de Vic, su disparate de Vic, sus gustos musicales, los míos, mi aportación de Albacete, de las huertas, de mi mundo más andalusí… Esa fue una suma muy natural, no hubo nada impuesto, no hubo un plan frío y calculado de «vamos a hacer esto y va a funcionar». No. Íbamos trabajando e iban saliendo las cosas y él no me cortaba nada a mí ni yo le cortaba nada a él. La única premisa, la única condición importante era divertirse, pasarlo bien. Éramos completamente anárquicos y éramos muy felices, porque trabajábamos a cualquier hora, a cualquier hora nos íbamos a comer, vivíamos juntos, yo a veces dormía en el local de ensayo, éramos a veces hasta indecentes; pasábamos días enteros sin ducharnos, tocando, salíamos de copas, volvíamos, dormíamos unas horas, seguíamos tocando. «¿Has comido?», «Yo no», «¿A qué hora te has levantado?»,«A las dos de la tarde», «¿Qué hora es?».

Esto es anárquico pero implica también una disciplina de composición férrea.

Era vida de bohemia absoluta y eso da un resultado creativo. Lo da. Porque entras en una nube estrambótica donde el tiempo es un chicle, da igual, ya no sabes si es jueves, domingo… Tú ya tienes tu grupo, tocas, la semana que viene creo que vamos a ir a tocar a un bar, me ha llamado no sé quién, vamos a ir a no sé qué… Era una vida completamente bohemia, y eso nos dio un resultado.

Entrevisté a El Petit de Cal Eril, que es fan de El Último de la Fila, y me dijo que a él lo que más le emocionaba de El Último de la Fila era la bravura del grupo, que fuese un grupo al que no le daba miedo hacer nada, y eso se percibe en los discos. Y estoy de acuerdo: era un grupo sin miedo, impúdico, escuchas cualquiera de los discos y se nota que no os cortaba probar nada.

Sí. El secreto te lo acabo de contar y yo creo que esto no se lo había dicho nunca a nadie: ni él me imponía a mí nada, ni yo a él tampoco; ni yo le cortaba a él nada, ni él me cortaba a mí. Hubiera sido imposible, por su carácter y por el mío. Somos dos personalidades fuertes que supimos que había un potencial en cada uno de nosotros y que sumándolo había un doble potencial, lo cual auguraba algo bueno. Supimos eso y a partir de ahí nos relajamos, nos dejamos ir. Yo jamás le dije a Quimi «no hagas esto» o él me dijo a mí «no hagas aquello». Jamás. En un momento dado, por admiración, por amistad, yo le podía pedir un consejo a él, le podía decir «Quimi, me falta una palabra para esta frase» y él me decía «lamento»; «hostia, qué cabrón, muy bien: lamento». Era eso. O estábamos tocando y yo le decía: «Quimi, ¿por qué no haces un menor?» «A ver… Ah, pues queda bonito. Venga, un menor». Ya está: si lo quieres hacer lo haces y si no, no pasa nada, va a quedar bonito igual. No era el punto de decir «yo controlo». Éramos una comuna libertaria musical, una comuna formada por dos egos muy grandes pero muy bien adiestrados.

Y con ganas de entenderse.

Absolutamente. Éramos amigos, nos llevábamos bien. Otra cosa que nos unía era el sentido del humor.

Que se nota en las canciones también.

Efectivamente. El sentido del humor lo tenemos los dos, y nos va la fiesta muchísimo.

Y descabellado.

Descabellado, el surrealismo, el punto daliniano también. Quimi y los de Vic tienen una pegada cojonuda. Yo luego empecé a conocer a sus amigos de Vic, Lluís Massana, Toni Coromina, que escribe en La Vanguardia. Me hice fan de ellos. Aún somos amigos, de vez en cuando nos llamamos, nos vemos. Son gente muy sabia, con un bagaje muy bonito, gente muy bien puesta en el planeta.

¿Cuándo viste que El Último de la Fila despegaba? ¿En el primer elepé, Cuando la pobreza entra por la puerta el amor salta por la ventana?

No, aún no. Éramos un grupo de Barcelona, pero cantábamos en castellano, obviamente. Entonces lo vimos claro. Había que estar aquí, pero había que empezar a ir a Madrid. De eso me encargué yo. Escuchaba siempre Radio 3, que para mí fue una emisora crucial en esa época. Ya tenía Jesús Ordovás su lista de cincuenta. Yo ya le había mandado el disco de Los Rápidos. Me acuerdo de que cogí un día un rebote tremendo: lista del Diario Pop, me acuerdo. En el número uno, Alaska y los Pegamoides, «Horror en el hipermercado»; me dije «hostia, esto está bien, pero tocan un poco así así, ¿eh?». «Ruta del sur», de Los Rápidos, en el número… ¿Cuarenta y nueve? «¡Esto es una injusticia, me cago en Dios, somos de puta madre!» [risas]. Cosas de chaval de veinte años. Allí empecé «me cago en Dios, me voy a ir a Madrid, a llevar maquetas». Yo me hacía todo el marketing a pedales, tenía muy claro que las compañías iban a lo que van. Yo iba a las tiendas de discos con cajas de cartón. A veces mandabas a amigos: «oye, compra tres o cuatro discos para que el de la tienda flipe y pida un poco más». Lo de siempre, yo me buscaba la vida. Le había llevado a Jesús Ordovás el primer disco de El Último de la Fila, y un día yo acababa de salir del Zeleste en la calle Platería —el gran Zeleste, que era magnífico— de tomarme allí unas copillas. Yo siempre he sido abstemio pero siempre he bebido cerveza. Soy abstemio, digamos, de segunda regional [risas]. Salí de allí, y yo conducía mi Dyan 6, con un amigo y una amiga, y de repente, Jesús Ordovás: «Y ahora vamos a poner una canción de un grupo que fueron Los Rápidos, recordaréis “Ruta del Sur”», habrían pasado cuatro o cinco años, «un grupo que tiene una canción, “Dulces sueños”», empezó a sonar la canción, «este grupo es muy interesante, va a dar que hablar». Y tal como lo dijo, le dije a la chica que estaba conmigo, Marta, me acuerdo perfectamente: «Es el año, colegas. Este año petamos. ¿No lo estáis oyendo?». Yo es que lo noto, toda la siembra que hemos hecho desde Los Rápidos, que eran como seis años de sembrar, tocar en bares, dejarse la piel, yo siempre les decía: «aunque haya tres personas, tenemos que tocar como si fuera el fin del mundo». Claro, los tres que había en cada concierto salían de allí y coño, salían de allí y les decían a sus amigos «venid, que hay unos tíos aquí que están como una regadera». Eso en el año 85 o 86 yo lo disfruto. Y esa noche, oyendo «Dulces Sueños» en Radio 3, dije «vamos a empezar a tirar para arriba, a vivir de la música». Yo ya tenía treinta años, ¿eh? Dije «voy a dejar mi trabajo, tíos, voy a dejar mi trabajo y me voy a dedicar solo a la música».

Debió de ser increíblemente gratificante, ¿no?

Una pasada. Yo ahora veo a los Love [of Lesbian] y les digo «qué guay», están en la época en la que El Último de la Fila tocábamos en Barcelona y todo se llenaba ya, y yo iba por la calle y ya era famoso: «Manolo, tío, de puta madre, El Último».

Ya sé que es difícil y una pregunta-tortura, pero con la perspectiva actual ¿qué tipo de cariño tienes repartido entre tus hijos de El Último de la Fila, tus discos, cuáles son los que te tocan más la fibra, qué recuerdos tienes asociados, por ejemplo, a Enemigos de lo ajeno? Que es mi favorito, desde luego.

Como la cabeza al sombrero es un disco que yo, si Quimi y yo no estuviéramos tan locos, lo volvería a grabar, pero más cañero. Ese mismo disco, pero con versiones nuevas.

¿Por qué? ¿Qué le encuentras?

Porque está lleno de canciones.

No, quiero decir: ¿Le encuentras algo superable, mejorable?

El sonido. Fue un disco muy crudo en el estudio. Fuimos a grabar a Francia, nos peleamos con el ingeniero del estudio por movidas, la compañía de discos no mandaba el dinero, no pagaba, estábamos viviendo y comiendo en el estudio y ellos se quejaban «oye, estáis aquí a pan y cuchillo y vuestra compañía no manda el dinero», me tocó pelearme con el director de mi compañía, que ya vendíamos cincuenta mil discos, ya habían ganado millones con nosotros, y él no nos mandaba la pasta… Todo un cúmulo de marraneos que a mí me ponían frenético. Porque Quimi y yo éramos muy serios. Éramos frikis, éramos anárquicos, pero en la música éramos cumplidores a tope. Ese disco tiene un sonido bastante malo. Enemigos de lo ajeno es diferente.

Enemigos de lo ajeno es un disco perfecto, para mí; no tiene fallos. Es memorable, raro, inspirado, está lleno de hits…

Enemigos: Doscientas mil pesetas para el estudio, ¿cuánto nos da esto? Nos da para una semana de estudio. ¿Tenemos para comer? No, habrá que comer bocatas. Vale, bocatas en el bar de enfrente.

¿Se grabó en una semana?

En una semana, en el bar de enfrente comíamos bocadillos de chorizo y de tortilla, al cruzar la calle, debajo del puente de Vallcarca. El estudio era humilde, pero los chicos que había allí ponían mucha voluntad, hacían lo que podían, porque el presupuesto era más bien magro. Teníamos nueve temas, es viernes a las 12 y a las 14 nos echan porque viene Melodrama a grabar. Hostia, Quimi, falta una canción, el disco es corto, qué hacemos. Oye, aquellos acordes que me tocaste en el local, cómo eran, a ver [tararea los compases iniciales de «Insurrección»], vale, al técnico: «Oye, perdónanos un momento, déjanos un segundo», tocábamos la canción, «oye, graba esto un momento» [canta «Insurrección» en vikingo] «uasy uan on the fraguers… Oye, dame un casete con esto. Un casete, ¿eh?», «Quimi, ve grabando esto ya» [hace un ritmo de batería]. «Las 12.30, ¿cómo vamos?», «Bien, vamos bien». Y yo mientras tanto cantando solo en el lavabo [canta] uachi fuan werin uapa, vale [simula apuntar en un papel], «Dónde estabas entonces», [canta] «guari wanbo, vale, cuando tanto…». Y así hasta sacarla toda. «Quimi, lo tengo», «De puta madre», «¿Cómo vas tú?», «Ya está, estoy metiendo el bajo», «Nos queda una hora», «En una hora canto y la mezclamos, tío». [Canta] «Dónde estabas entonces, cuando tanto te necesité…». «Insurrección».

¡Es increíble!

Llegamos a la compañía, le dijimos «este tema está muy bien» a los de PDI. Cortos de vista, más burros que un arado. Pedazo de disco. Dándonos unos royalties de mierda, puteándonos… Queríamos hacer una presentación en una sala un poco más importante, hay que llevar luces, sonido… Hay que ir subiendo de categoría, todo el mundo viene a vernos, apuesten por nosotros, somos serios, vamos a funcionar. Pero toda la pasta la metían en viñas, la empresa tenía viñas en el Penedés. Unos disparates… Nosotros «me cago en su puta madre», yo pidiendo créditos a La Caixa, diciéndoles a mis padres «papá, aválame», gente humilde, «pero nene, si yo no tengo nada… ¿Cuánto necesitáis?». Medio millón de pelas de la época. Mi padre puso su piso, un piso de barrio humilde, en La Caixa… ¡Unos líos! Así era todo, era todo venga, venga, venga…



Tu familia siempre te apoyó, ¿no?

Al principio, mi padre no.

Desconfiaba de la vida bohemia.

Claro, mi padre era un obrero de la metalurgia, al principio era «¡gandul!, ¡haragán! ¡Lo que tienes que hacer es trabajar! ¡Déjate ya de melenas y de hacer el vago!». Mi madre no, mi madre decía «tú a lo tuyo, música, música». Y luego ya mi padre vio que no era una intención cualquiera, sino una obsesión.

Es injusto hacerte escoger así, pero, ¿dirías entonces que es Enemigos de lo ajeno el disco perfecto de El Último de la Fila?

Sí, no solo para mí, para todo el mundo, para todo el mundo.

Tiene sintetizadores, tiene armónica, tiene mil detalles asombrosos —aparte de letras acojonantes y melodías inolvidables—, pero contiene cosas raras, inesperadas.

Está hecho en ese momento de local de ensayo que te cuento donde yo tenía mi caballete, pintaba, Quimi estaba grabando… Teníamos un colectivo artístico, éramos el club de los poetas locos. Estábamos allí creando, él estaba tocando, yo estaba pintando, y cuando oía algo que me gustaba le decía «hostia, Quimi, eso está muy bien». Paraba de pintar y lo grabábamos. Teníamos libros. Dormíamos allí en unos colchones, ¡en un local de ensayo! Comíamos en un bar. Y esa supervivencia, esa precariedad, dio ese disco. Ese punto, digamos, de delirio nocturno, noctámbulo: salíamos a deshora. Estábamos todo el día trabajando, o no, o solo haciendo el vago, y luego a las ocho de la tarde nos íbamos de copas, de fiesta; nos íbamos a bodegas a beber vermú, o a beber absenta a ese bareto que está al final de la Rambla a la derecha. Y a lo mejor volvíamos a las cinco de la mañana y nos poníamos a tocar. Los locales de ensayo estaban en un edificio industrial, no había vecinos, con lo cual podíamos hacer ruido. Y amanecía y nosotros tocando. Nos dormíamos. Luego otra vez nos íbamos de fiesta. «Hoy es sábado, de puta madre, vámonos a un festival». Eso es ese disco.

Antes hemos hablado de The Clash y veo paralelismos: un grupo que empezó tocando en el Roxy para cincuenta chavales y de golpe pasó a tocar en grandes estadios americanos. ¿Cómo os enfrentasteis Quimi y tú a ese salto, cuando de repente estabais tocando para trescientas mil personas? Como en La Mercè, en la Mercè fueron…

Fueron doscientas cuarenta mil. No hubo ningún herido, ninguna incidencia, ninguna pelea. Eso me lo comentaron a mí. Dijeron «este concierto ha salido perfecto, no ha pasado nada malo, ni una pelea, ninguna abuela se ha caído al bajar del autobús…» [risas]. Bueno, lo capeamos intentando mantener el tipo rockero, no saliéndonos de nuestro guion: somos músicos, no pretendíamos ser famosos; lo conlleva, evidentemente, pero, por decirlo de algún modo, esa situación se puede manipular. ¿Soy famoso? Bueno, quizás, pero por delante de todo soy músico. ¿Yo de qué quiero vivir ahora? De mis canciones. ¿Quiero anunciar Coca-cola? Me han hecho una oferta para que yo ponga pancartas de Coca-cola o de relojes o de agua mineral. ¿Voy a aceptar eso porque me va a dar dinero? No, no voy a aceptar, porque yo no soy un anunciante de refrescos, soy un músico. Voy a vivir de mis canciones y de mis conciertos, sin hacer concesiones. Nos han ofrecido hacer una película musical, ¿vamos a decir que sí? Evidentemente, no. No somos…

¡Monos de feria!

… Monos de feria, con todos mis respetos para los artistas que han hecho ese tipo de películas, lo veo muy respetable, pero nosotros no somos actores. Ese tipo de idea, fija y clara, nos salvaba de cualquier tipo de vicisitud momentánea. No queremos distraernos, queremos seguir haciendo discos, canciones, tocando, girando, irte a casa… Premios, fiestas, nos han invitado… Yo no quiero saber nada, yo quiero irme al bar de siempre a tomarme las copas con los de siempre, porque a mí eso me da vida, cultiva mi intelecto y mi emotividad.

Lo otro te empobrece espiritualmente.

Te empobrece. Y luego, bueno, llegará un tiempo nuevo, podremos vivir de la música, pero no me voy a cegar por eso. No me voy a cegar. Quimi es él, yo soy yo, pero yo siempre he pensado que dejarse llevar por un afán desmesurado de dinero, de fama, de estatus…

De vanidad…

De vanidad. Los dioses te castigan. Te quitan ese don preciado de la creatividad, te lo quitan. Y puedo remitirme a pruebas fehacientes. Pienso que el artista, el músico, el pintor, el trabajador que está apasionado y absorto en su obra, y en la de otros, porque disfruta de la de otros, a ese artista los dioses siguen concediéndole el don. Y los músicos que abandonan esa pasión en aras de una distracción momentánea…

El patrocinio, el mecenazgo…

Para mí no caer en eso es sagrado. Y esa ha sido la llama que me ha mantenido. Y sigo siendo fiel, devoto de esa luz. Es decir: a mí me interesa la música. ¿Que me gano la vida? Perfecto, puedo hacer lo que quiero, tengo suerte, estoy agradecido, beso el suelo eternamente… Pero la brújula siempre indica un norte musical, las canciones, conciertos, pintar… No quiero saber nada más. ¿Triunfar en América? Dijimos «Uy, qué lío». Empezamos a triunfar un poquito en América, México, Venezuela. Éramos muy populares. En Perú fuimos número uno con «La piedra redonda».

«La piedra redonda», una de mis canciones favoritas.

Fui a tocar a Perú en el año 2007, dos noches, llenazo absoluto. Me dijeron «Manolo, si tocas “La piedra redonda” este pabellón se viene abajo». Y efectivamente, se vino abajo aquel pabellón, habría allí cinco mil personas. Cuando empezamos [tararea el comienzo de la canción] «Lo que tengo lo llevo conmigo», hostia, que nos comían. Y ya no era con El Último de la Fila, era con mi grupo de ahora. Pero bueno, también Quimi y yo dijimos «Mmm, qué lío». Si nos metemos en esta vorágine, vamos a ser una máquina de hacer dinero y todas esas personas que van a estar recogiendo sus billetes no nos van a dejar parar, nos van a volver locos. Y van a darle un sesgo a esta idea nuestra de hacer canciones. Esta debacle les pasaba a los Clash, como decías: eran un grupo de barrio, hijos de obreros, de repente se convirtieron en multimillonarios y se perdieron, porque además existía una mala conciencia: si tú estás en tus letras hablando de lucha obrera y luego tienes una mansión en Hollywood, en Los Ángeles, aquí hay algo que no cuadra. Los Clash padecieron esa dicotomía, esa fractura. Nosotros intentamos no caer en ello, y creo que a nuestra manera lo hemos conseguido.

Mantuvisteis el tipo. Y es inspirador que hables aún de esa integridad, porque precisamente ahora muchos artistas actuales parecen no hacer esa distinción y permiten fácilmente que corporaciones se impliquen en ello, y rápidamente anuncian lo que les pidan.

Yo creo a rajatabla en la cultura popular, en la cultura que sale del pueblo, que sale de la energía, la creatividad y la mente de una persona física, sin ningún tipo de ayuda de ninguna institución ni mecenazgo; creo en el afán de crear, en esa fuerza creadora que tienen (o que tenemos, si se me permite) algunas personas, y que necesitamos por encima de todo. Y no admitimos ninguna intromisión: un mecenazgo cultural institucional es intromisión y es manipulación. Voy a contar cosas que no he contado nunca, pero mira, hoy las puedo contar: «El Último de la Fila, anuncio para una marca de cerveza, usamos “Insurrección”». ¿¡Cómo!? «Pues pagan un pastón».

Ni de coña.

Ni de coña, como si nos dan el planeta Urano en oro. Iros a cagar. Éramos un grupo de rock. «Insurrección» es un tema nuestro. «Hombre, pero harán una versión». Que hagan lo que les salga de los huevos, pero «Insurrección» es un tema nuestro y no lo van a tener nunca. «Oye, que tal corporación quiere tales canciones». ¡A cagar! ¡Que nos dejen en paz! Somos rockeros, somos gente de la calle, ¡que les den por el culo! Y rollo institucional, rollo cultura… No me interesa nada, no quiero premios, no quiero trofeos, no quiero nada: quiero hacer discos y tocar en directo y pintar cuadros.



Es una actitud que la gente percibe, que sois gente normal, que la gente se puede acercar a vosotros y hablar con vosotros de música, y que nunca habéis tenido talante de divos.

Quimi y yo la hemos mantenido. Es que nos gusta la música. Siempre repito la misma frase, y hablo por mí, pero creo que Quimi igual: yo no quería ser famoso, yo quería ser músico, coño.

Lo otro era una consecuencia desafortunada.

Yo empecé a ser famoso con treinta años, yo me he tirado treinta años de mi vida en que no era famoso pero era músico. Y esto era magnífico.

Y te llenaba suficientemente.

Claro, de puta madre. He sido muy feliz. Y no era famoso, pero era músico, que es lo importante.

Y mirando atrás con o sin ira, a El Último de la Fila, ¿lo recuerdas todo bonito o también hay algún recuerdo que te entristece?

De cansancio. Sí que a veces, en el momento álgido de El Último, hubo alguna gira dura. Recuerdo un mes de agosto de veintinueve noches de concierto. Yo siempre digo «Buenas noches, amigos de Barcelona», no digo «Buenas noches, Barcelona» porque se me hace raro hablarle a una ciudad entera, como si fuese un ser superior. Y una noche dije «Buenas noches, amigos de Salamanca» y Quimi gritándome desde atrás «¡Burgos, Burgos!», y yo «Hostia, perdón, perdón: buenas noches, amigos de Burgos, que venimos de Salamanca». La gente «Buuu». Cansancio, agotamiento, físico y psíquico. Ese es el único recuerdo negativo que tengo, el de decir «hostia, igual estamos trabajando demasiado».

¿Y no creaba esto tensiones en la banda?

No, porque Quimi tenía sus cosas, yo tenía las mías; él se encargaba de las pruebas de sonido, yo de la promoción. Llevábamos departamentos separados, cada uno hacía lo suyo y sumábamos fuerzas. Al principio éramos bastante pobretones, nos metíamos en hostales, de hoteles nada, en habitaciones dobles, triples, porque no había dinero. Luego ya en la época de El Último teníamos habitaciones individuales, corría el aire. Yo creo que el grupo estaba muy claro: Antonio, Juan Carlos… Buena gente. Marc Grau, que en paz descanse, éramos una banda ya fogueada. Además, éramos tíos talluditos, no éramos críos. Con lo cual ya no había tonterías, ya funcionábamos.

Quería preguntarte sobre el Nuevo pequeño catálogo de seres y estares, porque ahora que veo todo el conjunto (en mi juventud solo tenía ojos para el Enemigos…) me parece un disco increíble y también lleno de canciones excelentes. Tiene tres hits, para mí insuperables: «Barrio triste», «Sucedió en la antigüedad» y «Cuando el mar te tenga». Además también contiene experimentos. ¿Lo ves como un disco del que estás completamente satisfecho?

No tanto como del de Enemigos, si te soy sincero. Éramos otros. Nadie es el mismo que fue. Cualquier persona cambia a tenor de cualquier circunstancia puntual. Pasa algo y ya eres otro. Éramos otros y ya no teníamos tanto ese punto de bohemia. Ya no estábamos tanto tiempo en el local juntos, la banda era fija, ya no estábamos solos. Por ejemplo, Quimi se ha llevado siempre muy bien con Antonio, ya eran muy pareja y no estaban juntos, yo me llevaba bien con todos, pero yo a lo mejor estaba más con Juan Carlos. Éramos otros. Y a la hora de tocar había también alguna opinión de banda que Quimi y yo permitíamos, porque lógicamente no éramos dictadores (aunque mandas), pero si Juan Carlos dice «oye, ¿por qué no va aquí un re?», «No lo hagas, Juan Carlos, queda más bonito el fa. A ver… Pues igual tienes razón, tío, queda más bonito el re». Es otro disco ya. Era nuestro, Quimi y yo éramos los compositores, los arreglistas, todo, pero bueno, había pasado un tiempo ya y es un disco más de grupo. Y a mí me gusta más Enemigos. Éramos él y yo, completamente turbo.

¿Y cuándo se rompió? ¿Conservas algún tipo de melancolía por la forma en que se rompió El Último de la Fila o en cambio fue una ruptura amigable?

Fue una ruptura hablada, pactada. Yo entendía que Quimi empezaba a estar incómodo con el tema lingüístico. El tema de la lengua para él es importante, él es catalán. Yo soy de los «otros catalanes»: soy catalán, evidentemente, y con todo el orgullo, pero mi lengua materna es el castellano. A él le apetecía que hiciéramos alguna canción en catalán, y yo encantado, hicimos alguna canción con Maria del Mar Bonet, en algún vídeo está ya algún guiño mío como lo de «que soc de Barcelona i em moro de calor», de cara a Quimi, para hacerle reír un poco y complacerle a él. A mí me era indiferente. Yo defiendo absolutamente que los catalanes hablen catalán, evidentemente, y yo puedo hablar catalán, pero no tengo esa sensación de patria, igual que tampoco la tengo de patria española. A mí lo de los Estados y los Gobiernos no me interesa nada.

Te da un poco de repelús.

Me da mucho repelús, no me gusta que nadie me gobierne. A mí me gustan los indios de las praderas, eran pequeños grupos tribales que, usando el sentido común, lo primero que hicieron bien es no admitir los avances de los blancos que les llegaban, ni siquiera la rueda, siguieron con sus palos arrastrados, si había problemas los dirimían en un consejo tribal… Yo, en ese sentido no tengo apetencias de gobierno, no me interesa mucho, soy bastante anarcoide, he de confesar, con todo el orgullo. Entiendo que el ser humano debe tener conciencia de equidad, de justicia, y si no quizá hay que recordárselo, pero de una manera adecuada, no a garrotazos. Si no, como mucho, si alguien es un peligro para el grupo quizás hay que apartarlo del grupo, pero no maltratarlo. En fin, tengo mis ideas. Y Quimi empezaba a necesitar un poquito de música en catalán. Eran diecisiete años ya de trabajo juntos y se estaba acabando.

Eso erosiona.

Los dos empezamos a hablarlo de una manera muy natural y llegamos a la conclusión de que el grupo, si seguía, sería algo indigno ya; sería un poco rebañar el plato, con unos intereses ya de economía, seguir viviendo de eso, seguir haciendo giras, ganando dinero…

Pero sin la pasión.

Sin la pasión. Ya empezábamos a mirar en otras direcciones. Y lo hablamos un día. Nos fuimos a comer. Nos daba un poco de pena, pero dijimos «son diecisiete años juntos, vamos a hacer otras cosas». Yo te voy a confesar también otra cosa que no he contado nunca: yo jamás pensé que sucedería. Yo estaba muy cómodo en El Último de la Fila, yo estaba muy realizado: era cantante, era compositor, componíamos los dos, junto a Quimi, hacíamos un equipo, él se encargaba de unas cosas, yo de otras… Estaba muy cómodo. Y cuando tuve conciencia clara de que El Último se separaba, me quedé un poco estupefacto. Dije «Hostia, vamos a ver, ya no va a existir El Último de la Fila. Qué raro». Me quedé un año en blanco. Me quedé parado un año. Me puse a pintar, me fui al pueblo de mis abuelos, en Albacete… No hacía nada: pasear, leer libros, beber vino, pasear, acostarme. Y al año llamé a mi hermana: «Mari Carmen, cómprame una guitarra Fender y un amplificador Fender». Tocaba con una acústica, tenía una acústica. Y entonces mi hermana llegó a mi casa con el amplificador y una guitarra negra muy bonita, que la rompí en un concierto, tipo London Calling… [ríe].

O Pete Townshend.

Exacto. Pete Townshend. Estaba tonto. Y me trajo la guitarra Fender y empecé a componer mi primer disco. Me puse a componer y en tres meses tenía Arena en los bolsillos. Empecé en mi casa con una grabadora y un pequeño ordenador que compré, y solo empezar ya me dije «de aquí voy a hacer un disco entero en solitario», pero te prometo, e insisto que no lo he contado nunca, que me quedé un poco estupefacto. Yo nunca pensé que El Último de la Fila se separaría. Pensé que tendríamos algún año de parada, año sabático, vamos a parar un tiempo… pero al final vimos que Quimi necesitaba su vía. Yo creo que él necesitaba más su vía que yo. Yo estaba muy cómodo en el grupo. Y él necesitaba vía, quería cantar en catalán. Yo le dije «Quimi, fluye, sé feliz, somos amigos». Para nosotros lo importante es participar. Y la verdad es que hizo muy bien. Tiene unos discos, para mí, magníficos, es un gran compositor, un tío con un carisma, con un mundo propio, tiene un discurso contundente, muy personal. A mí me ha permitido abrirme uno mío, y estoy encantado. Hoy mientras venía estaba oyendo «Estoy alegre», que grabé en Los Ángeles, y me encanta. Me ha permitido conocer tíos encantadores, me he topado con griegos, con brasileiros, con los americanos estos con los que grabé canciones de mi último disco, Días intactos… Y pienso que todo ha funcionado, ha sido magnífico haber hecho El Último de la Fila. Y nos dicen: «¿os reunís?» No. «¿Qué necesitáis? ¿Qué queréis? Talón en blanco. Gira. América. Compañía de discos. Lo que queráis. Objetivo: el mundo». Gracias, no. Quimi y Manolo. Personas libres. Libres.



Fotografía: Alberto Gamazo

No hay comentarios.:

News, Sorucos, Tiliches y Remiendos

Tu sonrrisa rota yo te la compongo, que soy zapatero remendon.