Manolo García, el rockero tranquilo, recala en Elche
ANDRÉS VALDÉS El periódico en el
que se esconde esta página habla de un mundo distinto al que encierra
Los días intactos, el último disco del músico y cantante barcelonés
Manolo García. El exvocalista de El Último de la Fila defiende el
derecho a vivir con plenitud e independencia en este planeta surrealista
gobernado por alienígenas. Lo canta en un castellano que sabe a mar y a
huerta aunque navegue en rock and roll made in USA. Sus orígenes siguen
intactos.
Aparte de Los días intactos, ¿qué va a sonar en Elche?
Siempre hago versiones de las canciones, nunca las toco igual. La espina dorsal es la misma, el embrión está ahí. Algunos músicos, como Dylan, cambian la letra, pero yo ahí no llego. Lo que sí hago son arreglos diferentes, para dar un poco la sorpresa. A lo mejor hago San Fernando con una salida nueva...
La portada es colorista, ochentera, el sonido más guitarrero, menos étnico que en el anterior disco. ¿Qué le llevó a querer hacer un álbum así?
Creo que el principio motor debería ser hacer las cosas con ganas y por una necesidad vital y no por que le interesa a la compañía, o por la venta pura y dura. Muchos músicos lo hacen sólo porque se plantean «a qué me voy a dedicar a mi edad si no». No es mi caso. Sigo componiendo, leyendo, pintando, dándole sentido a mi días. Tengo la sensación de vivir en un planeta surrealista, de ahí un poco la portada, y compongo en un estado de ánimo concreto. Tardo cerca de un año en hacer un disco, así que mes a mes vas viviendo, leyendo la prensa, tienes experiencias y el disco se nutre de esos estados de ánimo casuales. Otras veces los buscas. Eso es ir a California a grabar con señor determinado, a Creta, a darle un sesgo determinado a lo que quieres hacer. Cuando te encuentras con eso, con los sentidos despiertos, es un reto. Vas a dirigir a esos músicos que no te conocen, no puedes hacer el patata. Es mi forma de acicate, de retarme a mí mismo y de hacer un disco sincero, bonito. Hay que buscarle la poesía a la vida. Todo no puede ser Rajoy y Zapatero. Esa experiencia es la única forma que conozco de hacer un disco.
¿Se ha planteado alguna vez si seguirías haciendo música si las cosas, o tu percepción de ellas, fueran distintas?
Sí, lo he pensado muchas veces. Pienso siempre que si hubiera nacido en el siglo XVII en las praderas de Norteamérica, si viviera una vida regulada por las estaciones, si todo fuese así de fácil, no habría hecho nada especial. No necesitaríamos el rock and roll. Siento que he nacido en un mundo demasiado gastado y que por eso hago canciones. Aunque también sería importante hacer las cosas sin rabia. Sería más bonito hacer música por alegría de vivir.
¿Cuando ve a gente de su generación que vuelve con un grandes éxitos o una gira de conciertos, qué piensa?
Bueno, yo he aprendido algunas cosas en esta vida. Otras no, porque soy muy burro, pero lo que he aprendido, lo he aprendido bien. Una es la tenacidad, y la otra, que no hay que juzgar a nadie. No juzgo si vuelven porque lo disfrutan o por si están pelados. Lo que sí pienso con algunos es «qué pena que no tengan ya ganas de hacer un disco como aquél». Cuando un señor a partir de los 40 sigue teniendo la necesidad de crear es admirable. A mí nadie me va a impedir hacerlo... Ves al policía a porrazos, el corralito... Y empiezas con que la vida es una mierda. Así que me siento con mis cuatro acordes de rock de toda la vida y le canto a eso, me hago mi castillo de arena donde soy el monarca absoluto. Con 13 años me ponía los pelos de punta Led Zeppelin y todavía el otro día fui a ver un concierto, a Wilco. Qué sonidazo, qué fantasía de guitarra. Para mi eso es la música. El que queda es porque la música es imprescindible en su vida.
¿Cómo se queda un rockero californiano de casi 70 años como Waddy Wachtel cuando le llama un músico español con deje flamenco para que toque con él?
Dijo, «bueno déjame que escuche algo en Internet». Y después llamó, flipando un poco. Me dijo que lo que él hacía no tenía nada que ver. «Por eso mismo», le dije. Yo soy español, me gusta el flamenco, el Mediterráneo y todo eso, pero mis gustos son rockeros. «Ése es el lenguaje que quiero, el vuestro», le dije. No quiero desmerecer a las bandas de rock de aquí, pero aquellos tipos eran dueños de la esencia.
Por mucho que cambies los músicos en cada álbum, los discos siguen sonando como «de Manolo García».
Me alegra que me hagas esa observación (ríe). Soy el mismo cantante porque afortunadamente tengo una garganta que me funciona bastante bien, pero como productor lo más importante es que el músico que llega se adapte a ti. La palabra «mercenarios» suena fea, pero es correcta. En California grabé con un músico de estudio que había participado en 700 discos. Yo voy por el 18, y mi obligación es conseguir que ellos, que son tan excelentes que pueden hacer lo que quieran, hagan lo que les pido. Y me dejo la piel y un dineral.
Aparte de Los días intactos, ¿qué va a sonar en Elche?
Siempre hago versiones de las canciones, nunca las toco igual. La espina dorsal es la misma, el embrión está ahí. Algunos músicos, como Dylan, cambian la letra, pero yo ahí no llego. Lo que sí hago son arreglos diferentes, para dar un poco la sorpresa. A lo mejor hago San Fernando con una salida nueva...
La portada es colorista, ochentera, el sonido más guitarrero, menos étnico que en el anterior disco. ¿Qué le llevó a querer hacer un álbum así?
Creo que el principio motor debería ser hacer las cosas con ganas y por una necesidad vital y no por que le interesa a la compañía, o por la venta pura y dura. Muchos músicos lo hacen sólo porque se plantean «a qué me voy a dedicar a mi edad si no». No es mi caso. Sigo componiendo, leyendo, pintando, dándole sentido a mi días. Tengo la sensación de vivir en un planeta surrealista, de ahí un poco la portada, y compongo en un estado de ánimo concreto. Tardo cerca de un año en hacer un disco, así que mes a mes vas viviendo, leyendo la prensa, tienes experiencias y el disco se nutre de esos estados de ánimo casuales. Otras veces los buscas. Eso es ir a California a grabar con señor determinado, a Creta, a darle un sesgo determinado a lo que quieres hacer. Cuando te encuentras con eso, con los sentidos despiertos, es un reto. Vas a dirigir a esos músicos que no te conocen, no puedes hacer el patata. Es mi forma de acicate, de retarme a mí mismo y de hacer un disco sincero, bonito. Hay que buscarle la poesía a la vida. Todo no puede ser Rajoy y Zapatero. Esa experiencia es la única forma que conozco de hacer un disco.
¿Se ha planteado alguna vez si seguirías haciendo música si las cosas, o tu percepción de ellas, fueran distintas?
Sí, lo he pensado muchas veces. Pienso siempre que si hubiera nacido en el siglo XVII en las praderas de Norteamérica, si viviera una vida regulada por las estaciones, si todo fuese así de fácil, no habría hecho nada especial. No necesitaríamos el rock and roll. Siento que he nacido en un mundo demasiado gastado y que por eso hago canciones. Aunque también sería importante hacer las cosas sin rabia. Sería más bonito hacer música por alegría de vivir.
¿Cuando ve a gente de su generación que vuelve con un grandes éxitos o una gira de conciertos, qué piensa?
Bueno, yo he aprendido algunas cosas en esta vida. Otras no, porque soy muy burro, pero lo que he aprendido, lo he aprendido bien. Una es la tenacidad, y la otra, que no hay que juzgar a nadie. No juzgo si vuelven porque lo disfrutan o por si están pelados. Lo que sí pienso con algunos es «qué pena que no tengan ya ganas de hacer un disco como aquél». Cuando un señor a partir de los 40 sigue teniendo la necesidad de crear es admirable. A mí nadie me va a impedir hacerlo... Ves al policía a porrazos, el corralito... Y empiezas con que la vida es una mierda. Así que me siento con mis cuatro acordes de rock de toda la vida y le canto a eso, me hago mi castillo de arena donde soy el monarca absoluto. Con 13 años me ponía los pelos de punta Led Zeppelin y todavía el otro día fui a ver un concierto, a Wilco. Qué sonidazo, qué fantasía de guitarra. Para mi eso es la música. El que queda es porque la música es imprescindible en su vida.
¿Cómo se queda un rockero californiano de casi 70 años como Waddy Wachtel cuando le llama un músico español con deje flamenco para que toque con él?
Dijo, «bueno déjame que escuche algo en Internet». Y después llamó, flipando un poco. Me dijo que lo que él hacía no tenía nada que ver. «Por eso mismo», le dije. Yo soy español, me gusta el flamenco, el Mediterráneo y todo eso, pero mis gustos son rockeros. «Ése es el lenguaje que quiero, el vuestro», le dije. No quiero desmerecer a las bandas de rock de aquí, pero aquellos tipos eran dueños de la esencia.
Por mucho que cambies los músicos en cada álbum, los discos siguen sonando como «de Manolo García».
Me alegra que me hagas esa observación (ríe). Soy el mismo cantante porque afortunadamente tengo una garganta que me funciona bastante bien, pero como productor lo más importante es que el músico que llega se adapte a ti. La palabra «mercenarios» suena fea, pero es correcta. En California grabé con un músico de estudio que había participado en 700 discos. Yo voy por el 18, y mi obligación es conseguir que ellos, que son tan excelentes que pueden hacer lo que quieran, hagan lo que les pido. Y me dejo la piel y un dineral.
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