Lleno absoluto en el primero de los seis conciertos previstos por el músico en el Palacio de Congresos de Madrid para presentar su último álbum «Los días intactos»
J. M. SÁNCHEZ / MADRID
Día 14/04/2012 - 07.06h
No es madrileño, pero como si lo fuera. Porque en Madrid se siente como en casa y aquí se le trata como uno más de la familia,
máxime a la apabullante expectación generada para presentar su último
disco, «Los días intactos», en el que cambia los grandes espacios por
una gira en teatros intimista y conectada con el público.
Pero
de teatral tuvo más bien poco, porque a las primeras de cambio los
seguidores más acérrimos aprovechaban para levantarse de sus butacas y
poner todo patas arriba. Y el propio Manolo García alentaba la revuelta
con sus constantes vaivenes o mientras se codeaba con el público hasta
el punto de parecer venirse abajo el aforo en cualquier momento.
Tenía
color especial la velada del viernes. Era el primero de los seis
conciertos en la capital y eso se notaba. Fue un intenso viaje por
pasajes bucólicos, surrealistas, acústicos en el que paseó triunfante
por un aforo en el que desplegó una selección de 28 temas que lograron
disfrazar con solvencia las canciones de toda su vida.
Ese
carácter que desprende, ese carisma, su vitalidad, su jovialidad pese a
contar 56 primaveras, sedujo a 2.000 almas entregadas en una simbiosis
de deseos poéticos, ritmos aflamencados y toques étnicos.
«Buenas noches»,
se apresuró a decir el músico catalán al saltar a escena, anticipando
el ambiente que se impregnaría en las siguientes tres horas; que se dice
pronto. Pero a pesar de lo extenso del repertorio, no se hizo largo en
ningún momento. «Hemos empezado con una canción salida de la
adolescencia», se arrancó entre nubes de colores violetas y malvas.
Y
todo con ritmo nostálgico y cargado de mensajes reivindicativos, aunque
visto el revuelo montado a la media hora reconoció que no estaba muy
por la labor de darle «al pico» y más «por la música» para jalear
después a la gente diciendo que quizá había de pensar en actuar en
sitios más grandes.
Sin
apenas transiciones entre canciones, el músico distribuyó todo el
material en varias partes: acústica y eléctrica. Por ello, a la
brillante desnudez de temas como «Sombra de tu palmera» y «Aviones
plateados» le siguió, ya con escenario completo, «Los ángeles no tienen
hélices» y una celebrada «Un alma de papel», bien combinada entre
clásicos demostrando que es una fiera trabajando.
Entre el repertorio se incluyó nuevas producciones como «Un año y otro año», «Un giro teatral»,
«Todos amamos desesperadamente» o una brillante «Sombra de la sombra de
tu sombrero», con su nítida y melódica voz enredada a una embriagadora
sencillez.
No
podía despedirse sin antes hacer un recorrido por temas perennes en la
memoria como «Zapatero», «Prefiero el trapecio», «Sobre el oscuro
abismo» o «Pájaros de barro» hasta finiquitar la faena con una ranchera.
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